He lanzado una frase al aire, he lastimado a esa bella dama, he asesinado al hombre que había lastimado a la mujer, y a la mujer. He descubierto también que la mujer había traicionado al hombre que la había lastimado.
Me he convertido en un sicario, tan frío como aquellos que son capaces de matar a los hijos, siempre que la paga sea algo tan valioso como un alma, como esa que se ha perdido por la profesión.
Dije que he lanzado una frase al aire. Esa es la que me condena, por ello he comenzado con esta sangrienta masacre. El hombre que había lastimado gritó mucho cuando corté sus brazos, se sintió muy inútil, y ni hablar cuando las piernas no le pertenecían. Por eso seguí con los ojos. Para esa dulce tortura conseguí un par de aves carroñeras, y les expliqué al oído que debían comer de a poco los ojos ¡Cuánto dolor y cuánto sadismo! Encontraba regocijo en el dolor, bailaba alrededor de la sangre que manchaba por doquier el piso ¡y todavía quedaba lo mejor! Como el morbo dicta, había guardado para el final la parte del cuerpo que lo condenaba.
El bocado mas exquisito estaba reservado para que la bella mujer lo saboree en una cena con candelas. Así fue como corté su lengua, y por fin dejó de lanzar frases al aire y de herir. Por la noche serví para la dama el plato con todas las sustancias afrodisíacas que encontré en el mercado. Lo paladeó con la sonrisa dibujada en el rostro. El vino embriagó las almas y el éxtasis invadió el entorno.
Lo único que no pude quebrantar fue el recuerdo del corazón del hombre, latía. Siento aún la envidia, y esos latidos me persiguen. Pues son un recuerdo lejano. Ya en mi interior no se oyen.
08 octubre 2006
Suscribirse a:
Entradas (Atom)