Rara es la distancia entre dos puntos, dicen los matemáticos que resulta una función de lo más sencilla. Yo no lo creo así, he tratado de computar la distancia que separa mi alma de los que amo, y hay veces que es ínfima, y hay veces que resulta en extremo grande. Es como que no se comporta de manera estrictamente matemática, y tal vez sea bueno esto, tal vez no. Complica la existencia cuando no se puede saber a que distancia se encontará mi alma de la de otro ser en los próximos minutos.
No sucede lo propio con los cuerpos, y eso es terrible, pues la distancia entre éstos permanece inalterable, y resulta que el primer cuerpo se encuentra a la misma distacia del segundo, y éste del primero, dejando imposible la determinación de cuál es el que se a alejado del otro. Esto provoca recciones de lo más diversas, por ejemplo mi mujer me reprocha que me vaya tan lejos y la deje sola; y me sentimiento es tan ambiguo que no se si culparla a ella de no estar conmigo, porque está lejos y se ha aprtado de mí, o si yo me he apartado de ella. El problema de mi incerteza es que le doy muchas vueltas al asunto, porque ella comprende bien que yo me he alejado y listo; pero yo dudo con esta cuestión relativista y me quedo completamente perplejo pensando que el domingo es una mierda que me hace dar ganas de llorar como un sopenco y que la distancia entre el domingo y mi alma se torna tan estrecha que quedo compenetrado hasta las muelas de su nostalgia y encierro. Así que fialmente prefiero optar por eludir las cuestiones relativistas para no renegar con esto de si soy un sopenco, o si el domingo me ha entrado por el hígado para minimizar la distancia que media entre nosotros.
La distancia no es una cosa sencilla había decretado hace un rato, y quiero mostrar cómo hace un poco menos de un mes, los amigos más hermosos habían cantado de manera bella conmigo, hoy se fueron lejos y de a ratos los siento tan cerca que se me confunde si el tiempo es una canción como la que cantamos juntos o si la cerveza que todavía no hemos tomado.
Ahora que ya me estoy haciendo un poco más niño en este mundo de distancias que no se pueden computar, y que tengo un resfrío de tiempo, tengo inflamadas las amígdalas de domingo. Como buen niño quiero soñar con que las distancias se hagan tan pequeñas para que no tenga que sufrir sólo al triste domingo que se me acerca y me acosa. Quiero soñar que todo queda en un mismo lugar, las canciones con el viejo, las caricias de mi madre, el calor de la mujer amada, la piel de gallina, la guitarra del javi y del cristian, los hijos bellos de mi generación, Credulidad de Spinetta, los cuentos de Borges, mis zapatillas y las lágrimas que se nos caen cuando me interpelan para la tele.
¿Será tan dificil estrechar este puto día para que no me agarre a mi solo, y tenga a alguno por acá cerca?
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